domingo, 19 de octubre de 2014

Nodo19 : imitaciones


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Esto se publico dos veces en el diario la razón.
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nodo19: <Imitaciones.beta>

El aceite negro sobre el cemento de los andenes proyectaba mapas desconocidos con veteados de colores brillantes sobre los ojos de los transeúntes. El aceite también manchaba durmientes, piedras y rieles. El olor resbaloso intentaba imponerse al del óxido de los techos de chapas y al del orín que se
Locomotora Baldwin
escapaba del baño de hombres.
El baño siempre ganaba.
Los rayos del mediodía lo habían empujado hasta la estación. Una parada más de las miles que había realizado en su derrotera vida.
Se sentó en el segundo asiento del último vagón. Estaba de espaldas a la máquina, junto al pasillo, frente a una mujer grande con perfume de tía y un solero a lunares pasado de moda.
Recordó los tiempos de los hombres que se desplazaban a caballo.
Las espadas, las lanzas, las falanges.
La ballesta.
La invención del estribo.
El olor peludo de su caballo, cuando a caballo buscaba, sin boletos ni guardas molestos por los inspectores molestos por los supervisores molestos por sus gordas mujeres molestas.
El olor viajero de su jinete, cuando el jinete conquistaba.
Las formas de vida bestiales le eran distantes ahora, cuando el hombre había pisoteado casi todos los rincones del planeta

El aglutinado crescendo de pasos anunciaba que se estaba haciendo un poco tarde. Los silbatos nerviosos resoplaban.
Ella subió corriendo; era disimuladamente pecosa y sus ojos eran de un dulce color miel.
Ocupó el primer asiento, también del lado del pasillo, pero de la hilera de enfrente. Traía un bolso grande y de él saco unas carpetas, unos libros y un montón de papeles arrugados en las puntas de tanto entrar y salir del bolso.
El tren empezaba la marcha, ruidoso y temblequeante.
Él tenía un Borges en la mano; sus ojos iban y venían al libro.
Ella revolvió sus cosas; más gente pasaba presurosa por el pasillo, interrumpiendo a instantes su visión.
OjosMiel sacó una carterita y una moneda impertinente se escapó y rodó hasta al medio del pasillo. Él no dudó un instante en soltar el Aleph.
Nunca lo había hecho en presencia de extraños, pero estaba excitado por la belleza de la chica. Solía sucederle cuando era humano por mucho tiempo, demasiado humano.
No se atrevió a escuchar su mente y por ello se arrepentiría el resto de sus días.
Los extremos de sus dedos se transformaron en un silbato.
Saltó hacia el pasillo, al tiempo que su ropa se transformaba en uniforme. Su cabellera en un gorro con desconocidas y antiquísimas insignias doradas.
La marcha de la gente se detenía al sonido del silbato. Recogió la moneda, la ocultó un momento con el dorso de su mano. Luego se acercó a ojosMiel y extendió sus dedos. En su palma había dos monedas; una de ellas con su rostro.
Ella dibujó una sonrisa con sus labios que borroneó al instante. No dijo gracias, guardó las monedas en su carterita y extrajo de ella un pañuelito. Luego bajó la vista hacia su bolso y continuó sacando y guardando cosas; meta y ponga.
Él se sentó y no se animó a hablarle en el corto viaje, tampoco quiso abusar de sus facultades extrayendo respuestas sin pregeuntas de su mente. Cuando bajó en Sobremonte, enojado como hombre, ella tenía un papel en la mano. Y con su cabeza gacha, casi adentro del gigantesco bolso, seguía buscando algo. Él no supo que era muda y que buscaba su mordido lápiz de poca punta. Lo encontró llegando a la estación La Desdicha.
Él siguió buscando en las estaciones infinitas, esforzándose desconsoladamente por oír aquella voz imposible.
Imita su cuerpo, pero no puede con sus ojos.
Han pasado muchos trenes y seguirán pasando.
Así:
KtrenKtren.

 El último de los Duclú, suceso contado por el imitador de OjosMiel

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