viernes, 2 de febrero de 2018

A propósito de las Low Cost


Este relato es del año 1998-1999 como casi todo lo de Hiperhistorias.

Es uno de los que no incluí en la versión pre-alfa, y ya estaba descartado para la versión beta,
pues tiene cosas a modificar, pero principalmente, no quise hacerlo público pues hay una situación
muy similar a una que vi en la película animada "Los increíbles" (2004) . El problema que este relato es clave para entender Guaking in the rain, así que no tengo más remedio que publicarlo, quién sabe en que libro, pero alguna vez lo tendría que hacer.
En Hisperhistorias vivimos en mundos paralelos donde en algunos de ellos, se usa el Patacón, cosa que le afané al Patoruzú. El Patacón nunca fue moneda corriente en Argentina, pero si una seudomoneda, un bono de pago, de la provincia de Buenos Aires.
En "El tiempo está de mi lado (izquierdo)" también "predije" la situación de las aerolíneas Low Cost, que están desembarcando por estos lares ( nunca supe si existían en aquella época)
FlyBondi

El primer vuelo de la FlyBondi duró 10' minutos y casi se viene abajo. O sea que son un bondi con alas ( un bus con alas)

Bueno, basta de garruladas


Nodo68: <El tiempo está de mi lado (izquierdo).beta>

Esisten tres cosas muy estrañas en este uniberso. A ninguna de ellas las conprendo muy bien, por eso digo que son estrañas(*) (para explicación, vean el libro)
Aunque tal vez ustedes tampoco las comprendan.
No es mi ignorancia lo que las califica así. Es todo lo contrario, es mi conocimiento de la existencia y mi relación con ellas, que obviamente no comprendo, como ya les dije. Y por favor no me hagan repetir las cosas.
La primera tiene que ver con unos seres mágicos que andan dando vueltas. No quiero hablar con nadie de ellos por que si lo hago ya me imagino en que pabellón voy a terminar.
No estarán escuchando estas líneas desde ahí ¿No?
La segunda es el enigmático paso del tiempo.
La otra es la incomprensible inteligencia.
Estas rarezas sobrevuelan mi existencia desde hace... tiempo.
Él transcurre demasiado lento para mí, aunque yo apenas lo note y la gente sí.
Recuerdo que cuando llegué al poblado Caíto era más chico que yo. Misteriosamente, ahora es un poco más grande. No sé muy bien por qué tiene arrugas y yo no.
Mi inteligencia también es lenta, demasiado lenta. Me cuesta mucho entender las cosas, especialmente todas las que tienen que ver con el razonamiento.
No sé por cual de las dos causas empezó mi periplo con los dotores. Un periplo fastidioso y agotador que por supuesto no quiero volver a vivir. Especialmente por la forma en que terminó todo.
Todo por culpa del Caíto, que estudia no sé dónde y un día me llevó de paseo a un laboratorio. Creo que ahí empezó todo, cuando conocí al primer señor de los microscopios.

Patacón

Hace como un año comenzaron a hacerme un montón de exámenes. Exámenes que no solicité ni necesitaba ni necesito.
Me pagaron por ello, por dejarme toquetear, dormir con los ojos abiertos y contestar millones de preguntas.
Me pagaron por que la Tía Victoria se puso firme: Si no era por plata no había investigación y finalmente les hizo firmar un papel para que me garpen.
Así fue como todo eso se convirtió en algo así como un trabajito. Uno de los mejores pagos que tuve. Pero la plata no lo es todo. He tenido mejores empleos, jugar con la manguera por ejemplo, o cuidar plantitas y pasear perros salchichas y calientes.
Los señores de blanco amigos de Caíto me decían leche larga vida. Ellos fueron los que me metieron adentro de un montón de aparatos que miraban mi interior, me hicieron correr, toser, gritar, vomitar y tomar mejunjes repugnantes. Me mostraban carteles, me tapaban un ojo, luego el otro, me mostraban otro cartel, me preguntaban cosas. Me enchufaban cables y me volvían a dar otro mejunje. Me sacaban fotos y me tomaban medidas de las partes más inusitadas de mi cuerpo. Mientras tanto yo me aburría por que no podía salir a caminar.
Los médicos encontraron dos cosas desproporcionadas en mi cuerpo, una de ellas era el tamaño de mis pieses(*). Los médicos y las enfermeras anotaban todas estas cosas en unas computadoras modernas que hablaban y proyectaban dibujos. Algunos eran lindos y de colores. Esas manchas móviles me producían cierto encantamiento que me dejaba traspuesto por un rato. Yo les apodaba manchas hipnóticas.
A mí me daban un poco de miedo esas máquinas. Siempre pensaba que alguna otra clase de seres misteriosos mantenía en vida esas cosas.
Una vez me dejaron sólo con una de ellas y yo aproveché para insultarla. Le dije cosas obscenas, hinché por la marca contraria al tiempo que con mi pie golpeaba el suelo.
Pero la máquina no me contestó nada, se ve que estaba bien educada. Al rato llegó una de las enfermeras matándose de risa, me parece que me estaban espiando.
Y así era como estaba todo el día con aquellos señores, que no me trataban mal pero no me dejaban hacer lo que quería. Hasta me hacían vestir con un poncho que parecía una sábana ¡Qué vestimenta ridícula!
Me trataron como un enfermo terminal en definitiva, pero yo no estaba enfermo, para nada, estaba mas sano que todos ellos.


Los sabiondos esos se asombraban de mi estado de salud y de mi juventud. Por eso me estudiaban, para descubrir cosas. Ahora me da risa, mirá en que lugar buscaban.
En primer término les conté que estaba bien de salud pues en las raras veces que me ponía malo la visitaba a la Canuta Esperanza de la Cruz. Todavía hoy me cura gratis por que con ella siempre intercambiamos favores. La pobre está un poco ciega, entonces yo le hago algunos mandados en el centro. El de acá, al otro, al que está al lado del puerto no voy ni mamao.
Pero los sabiondos esos no creían ni creen en los poderes curativos de la Canuta. La vieja Tía Victoria sí cree, pero su marido y Caíto no. Una lástima, por que si no quizás hubieran llevado a Nando, el hermano de Caíto, a lo de Canuta en lugar de tenerlo en ese hospital mugriento lleno de tipos más pirados que yo.
Aunque yo no soy ningún pirado, es una forma decir, soy un distraído nada más, un grandulón distraído, más precisamente. Aveloriado como dicen en la provincia de Cuyo. De cuyo nombre no me acuerdo pero queda por ahí cerca.
En el hospital ese que nadie sabe que significa su nombre nunca curan a nadie, ni siquiera a garrotazos; yo no sé por que no lo cierran.

En una oportunidad me empezó a estudiar una médica joven y bonita y como a mí me gustó nos hicimos un poco amigos. Con ella me animé y le conté que yo era un pibe normal pero que un día me picó una serpiente y que a partir de ahí todo cambió para mí.
En realidad no sé si la serpiente me picó o no, pero lo que seguramente me hizo mal fue el sol. Pero de la pelea que tuve con esa planta que vuela tan alto hoy no tengo ganas de hablar. Creo que fue un complot que me armaron la serpeloma y el sol, todavía tengo un poco de miedo por aquello. Y dudo que la serpeloma sea la misma bestia que se transforma.
La dotora bonita se llamaba Blanca y era rubia, cosa que por acá no se ve muy seguido. Con ella me divertía mucho pues no tenía ningún problema en acompañarme a jugar a la bolita, a la payana o al baloncesto. Lástima que no le copaba ni el RingRaje ni el poliladron. La chabona tenía una risa contagiosa que me encantaba. Estaba todo el tiempo riéndose de las pavadas que inventábamos, incluso de las trampas que nos hacíamos en nuestros juegos. Cuando jugábamos al ajedrez me derribaba los soldaditos con una bolita de acero en lugar de utilizar una de vidrio como dice el reglamento. Yo era un experto en el ajedrez, ni se imaginan la cantidad de batallas que tenía ganadas. Hasta que la docta me batió el record.
Una vez le propuse jugar a quién llega más lejos con el chorrito y la dotora se enojó mucho y estuvo como un día sin hablarme. No sé por qué, si con los pibes del barrio jugábamos a eso y nadie se enojaba. Pero si nadie entiende a las mujeres menos lo voy a hacer yo. Además, yo sé muy bien cómo a las chicas les gusta jugar con la trompita del elefante, sobre todo cuando se desarruga.
Al tiempo el enojo se le pasó y nos amigamos nuevamente.
De entre todos los despelotes que se armaron en torno a mí, la situación más embarazosa se produjo cuando tuvieron que analizar mi semen. La dotora no sabía cómo encarar la situación, justo a ella le vino a tocar eso.
Por suerte yo adiviné de que se trataba todo y le dije que no había problema, que sabía muy bien como había que hacer para llenar el frasquito y que no necesitaba ninguna revista ni película ni nada de eso. Pero lo que más le llamó la atención a todo el grupo de médicos fue mi elocuencia en cuanto a lo inútil del examen. Yo seré medio medio pero cuando digo algo por algo lo digo. Yo nunca miento. Bueno, casi nunca...
Hubo una gran confusión en el grupo, incluso discutieron y se pelearon mucho. Todo se estaba por ir al diablo y yo me iba a quedar sin mi platita.
No los culpo, cuando les demostré mis cabales conocimientos con respecto a los mecanismos de reproducción el equipo quedó anonadado. Entonces comenzaron a conjeturar de que yo era un tipo muy listo, y que les estaba tomando el pelo. Que me hacía el tonto para ocultar mi secreto de la larga vida.
Debido al batifondo que estaba armando decidí no confesarles una cosa que sí era un secreto. Pero una vez no pude más y se lo conté a la médica por que a ella la quería cada vez más: al principio no me creyó cuando le conté que puedo ser fértil o no, según mi voluntad.
No sé muy bien como es que puedo hacer esto. Traten ustedes de comprender como hacen para mover una mano o respirar. Esta es una de las cosas que sé pero que no sé por qué las sé. Como por ejemplo la existencia de los seres mágicos. Por eso digo que la inteligencia es enigmática. ¡Es una loca esa!
Las cosas se aquietaron gracias a que me quedé callado, muzarela como dicen por acá. Menos mal que me avivé, si les llegaba contar que la cicatriz que tengo en el pecho se nota cada día vez más se iba a armar nuevamente el tole tole, y yo estaba empezando a querer rajarme de ahí.
Parece que el tiempo, ese misterio otra vez, corriera para atrás sobre esa cicatriz, tengo miedo de que alguna vez se transforme en una herida. Por suerte me avivé, como les decía, y cuando me preguntaron sobre ella les dije que me la hice cuando me caí de la bici. Les mentí sólo un poquito.
La dotora volvió a enojarse mucho cuando ese mismo día le conté que con Caíto solíamos ir a esas casas donde las chicas (y a veces las viejas) te atienden tan bien. Pero lástima que te cobren.
Creo que Blanca se puso así por que estaba un poco celosa, ya que ella tenía una imagen diferente de mí. Eso se los aseguro por que cuando la gente me mira me doy cuenta muy bien de lo que les pasa conmigo.
Yo no entiendo demasiado bien los pensamientos de la gente pero comprendo perfectamente sus estados emotivos.
Los eruditos esos decían que tenía que ver con la intución, la institución o algún otro sionismo parecido.
Los sentimientos de las personas suelen llegarme directamente a la cabeza.
Este es otro mis secretos, y gracias a Dios los sentimientos son cosas que se entienden sin necesidad de pensar mucho. Al menos para mí, para el resto de la gente parece ser al revés.

Una noche Blanca llegó llorando a mi casa, estaba muy nerviosa y alterada. Tanto que cualquier persona podría haberse dado cuenta, no solamente yo.
Me contó de no se cosa extraña que querían hacerme en la cabeza y que me podía lastimar. Ahí me di cuenta de que la dotora sentía mucho cariño para conmigo, no sé si tanto como el que yo le deparaba o depravaba.
En determinado momento ella me abrazó, y cuando se descuidó un poquito le estampé un piquito en la boca que ninguno de los dos iba a olvidar jamás. Esa es una cosa que sé muy bien como las aprendí. Son las cosas que me enseñaron las amigas de Caíto, las chicas y las viejas, que son las que saben mucho más.
Después de mojarle los labios nos reímos un poquito. Blanca me dijo que yo era un pícaro, que esas cosas no se hacían. Pero nuestro abrazo se apretujaba cada vez más, él solito.
Entonces fue ella la que comenzó a besarme por todas partes.
Durante un tiempo anduve muy contento por que no tuve necesidad de comprar el amor hecho.

En cuanto a lo que querían hacerme en la cabeza, al final no pasó nada por que hablamos con Caíto de nuestro problema. Él habló con otro amigo que siempre anda de traje y que a veces también iba a la casa de la lucecita roja (pero sin el traje). Él empezó a escribirles cartas a los señores de blanco. No sé muy bien si se hicieron amigos o no.
Y gracias a los mensajes del cartero no me hicieron nada en el marote.
Pero con la que se pelearon fue con Blanquita, ya que cuando descubrieron como me trataba la separaron del equipo. Nunca entendí por qué lo hicieron, los sabiondos esos son muy caprichosos, tienen más vueltas que la calesita del cabezón Pérez.
De todas formas a ella no le importó demasiado y seguimos siendo amigos, en el sentido vertical y horizontal.
Yo la quería mucho y ella también me quería mucho.
Nuestra relación le ocasionaba muchos problemas en todos los lugares que trabajaba. Todo el tiempo la acusaban de inmoralidades, perversiones y cosas similares que aún hoy no entiendo. Lástima que por todos esos despelotes cada vez le pagaban menos.
El último trabajo que tuvo fue de mesera en el restorán que se fundió, en el mismo lugar y donde ahora está el bar del Gallego Pedro Alvarez Galván. Como el que había antes del restorán pero atendido por otro gallego.
Una vez vino a la ciudad un dotor de un país que queda lejos. Se hicieron muy amigos y un día el dotor se volvió a su país y ella se fue con él. La extrañe un poco pero con el tiempo me olvidé de ella, apenas si recuerdo que se llamaba Celeste.

La cuestión es que los estudios esos terminaron de una vez y ahora me estoy yendo a otra ciudad donde me van a poner en una vidriera y van a hablar de mí. El papastro de Caíto no quería que fuera pues era innecesario. “Con los papeles basta” decía. Pero aquí estoy vuelando a no sé cuantos metros de altura. Según mi amiga la doctora, lo único extraño que encontraron en mí era que todavía no había parado de crecer. Algo muy extraño porque yo ya debería de estar pegando la vuelta, como Caíto.
Alguien debería haberme acompañado, pero resulta que el papastro de Caíto se descompuso. Y todos los demás que podrían haber venido no tenían picaporte. El picaporte es un coso para abrir las puertas de los otros países; me contaron que sin el picaporte no podés entrar, hay uno para cada persona, no quise preguntar por las puertas.
Así que me metieron dentro de este avión que se sacude demasiado para mi gusto. Y eso que yo he andado con mis viejos en unos carros que se zarandeaban que daba miedo. “Yeváme en la cajita” le decía a mi viejo refiriéndome al acoplado del tractor.
Me acuerdo que ese tractor estaba tan destartalado como este vuelador de pasajeros, pero, sin embargo, no metía tanto barullo como este socotroco aéreo. Lo qué pasa es que la universidad tiene cada vez menos presupuesto. Incluso al supuesto de este año se lo gastaron todo, por eso me mandaron con esta compañía que ni siquiera anota los nombres de los que viajan. Por eso también la momia estaba tan enojado.
El viaje es insoportable, cuando me baje me voy a quejar al dueño, el señor Ipólito Legal.
Ahora me llevan a una cosa que se llama Congreso pero que no es el lugar ese que se llena de ladrones que levantan la mano para decidir en que forma nos van a robar. Estos congresos se hacen para, entre otras cosas, hacer que los dotores se encuentren con dotoras que no son sus esposas. Supongo que después juegan al dotor, como hacíamos Caíto y yo con sus primas.

Esta es una reunión que va a durar como una semana y que después no se volverá a hacer hasta el año que viene.
Algunos de los sabiondos esos que me estudiaron me van a esperar en esa ciudad de nombre raro. Aunque ahora todos los nombres son raros, incluso los de los bebés que nacen en el arrabal. Ya nadie se llama Pablo, Daniel o Diego. Signo de los tiempos le dicen, pero yo no sé muy bien que significa.
Apenas remontamos vuelo en este barrilete de metal que ya tengo ganas de volverme para caminar por las veredas de mi vecindario. ¡Cómo lo voy a extrañar! Espero que en este Congreso me dejen caminar un rato. Por que a mí me encanta caminar, puedo caminar días enteros sin cansarme ni perderme.
Ese es otro de mis secretos, Victoria dice que en mi alma yace un pedazo de paloma mensajera. Como aquella que se comió la serpiente esa que me asustó tanto cuando era chico.
A pesar de que las azafatas son tan lindas como mi amiga la dotora Violeta, este viaje no me está gustando nada. No sólo por las sacudidas del aeroplano, sino por que la vieja que se me sentó al lado tiene un perfume horripilante que me hace doler la cabeza. Para colmo insiste en que le dé charla.
Un poco voy a hablar, sí, siempre y cuando me siga convidando caramelos. Tienen un licorito adentro que se te sube a la cabeza y te deja re puesto.
Inicialmente la señora estaba sentada mucho más adelante. Pero resulta que a mí se me ocurre sacar una moneda que me regaló mi papa para ver de qué color brillaba. No me sirve para comprar cosas pero tiene una imagen que parece estar adentro del disco y que es relinda, por eso la llevo a todos lados.
Entonces la monedita saltó de mi mano y empezó a rodar como loca hacia adelante mientras yo la corría en cuatro patas por el pasillo.
-¡Shta! ¡Shta!- le decía a mi moneda al tiempo que le erraba ruidosos manotazos que se ahogaban en ese pastito que hay en los pasillos. Pero no había caso, no podía frenarla. Finalmente la maldita siguió rodando hasta que fue a parar a los pieses de la señora.
Entonces ella se agachó, tomó mi moneda y la alzó. A mí me dio una bronca bárbara por que pensé que me la quería fanar. Pero la señora sólo miró el dibujito de mi amuleto y luego me miró a los ojos.
- Ajá- dijo mientras me devolvía mi moneda que brillaba como nunca.
Cuando me siento en mi butaca la señora había venido detrás de mí y sin preguntar se apropincuó en el lugar que le correspondía a mi acompañante.
La vieja era bastante hinchacocos, se quejaba todo el tiempo, a cada rato quería hablar con el comesario de a bordo. Yo le dije que si el comesario era como el que yo conocía no valía la pena. Encima que encapaz que te fajaba por protestar.
No me acuerdo de todas las cosas que hablamos, apenas recuerdo que la vieja iba a visitar a unos parientes que eran descendientes de unos indios precolombinos. Me prometió llevarme a conocerlos si quería, ya que ellos hacían unos caramelos que eran mucho más fuertes que los que tenía ella.
Yo le conté que iba a un Congreso por que los doptores habían encontrado que una de las pelotitas que tenemos adentro de la cabeza era un poquito más grande que lo normal.
Me parece que por eso me querían abrir el melón. Para robarme la pelotita esa que me parece que por el nombre raro que tiene sirve para provocar el hipo. Yo no sé que tendrá que ver, si el hipo te agarra en la panza y no en la cabeza. Pero viste cómo es el cuerpo, dicen que por adentro tenemos unos cañitos que te conectan una parte con la otra. Por eso a los payasos se les levanta una pierna cuando le bajan un brazo y cosas así...

El avión sigue sacudiéndose. Son los pozos de aire, dice una de las azafatas. No sé por qué cuernos no vienen los de la municipalidad y los tapan a todos y se dejan de embromar. Se ve que en todos lados los intendentes son iguales al de Cacurá.
La cosa es que aquí estamos, intercambiando caramelos borrachos y palabras sacudidas.
Hasta que una de las ventanitas que estaba un poco lejos de mi asiento revienta. El estallido hace que el avión se llene de julepes y me duelan los oídos.
Algunas cosas empiezan a escaparse por el buraco. Por suerte también se escapan los gritos de las mujeres, que parece que es lo único que saben hacer cuando pasa algo embromado. ¿Vieron que insoportables que son esas pelis donde las mujeres y los chicos gritan todo el tiempo? A mí me crispan los nervios, por eso nunca miro esa clase de películas donde los gritos y la música te molesta todo el tiempo. Imagínense como estaba en ese momento, escuchando esos gritos femeninos de verdad. Yo creía que las mujeres se portaban así solamente en las películas. Por ahí están copiando ese comportamiento, quilosá.
Por suerte la vieja que tengo al lado no se asusta para nada y sin que me diera cuenta me abrochó el cinturón de seguridad. Eso evita que el aujero me chupe como a un señor gordo que estaba por allá atrás. El gordo se atasca y gracias a él el aujero no nos chupa a todos. Y eso que chupaba, más que la Tía Victoria incluso.
El avión inclina su hocico hacia delante y comienza a descender. Afortunadamente el viaje está resultando mucho más corto de lo que yo quería. Pero me pregunto como va a hacer el jinete para acostar el avión en el medio del campo. Aunque es probable que ni jinete tenga, dicen que ahora los manejan desde lejos ¿Los llevarán de tiro con un alambre?
La señora me toma fuertemente las manos y me mira firmemente a los ojos.
- Quedáte piolín piolín y hacéme caso en todo lo que te diga- me dice.
Ahí me di cuenta que la señora no era una señora de esas de la zona del puerto como aparentaba ser, sino que era una señora de un vecindario como el mío. Las señoras del centro no hablan tan bien como nosotros, aquellas hablan todo el tiempo en difícil y ponen eses por todo lado.
Entonces me cuelga una bolsa al hombro y me la ajusta por mi pecho.
-Cuando yo te diga desabrochá el cinturón de seguridad.
Algo le estaba pasando a la señora por que la note como arrugada, como si fuera una persona más pequeña que la que había cuando reventó el plástico ese.
- El avión está cayendo en picada- dijo- una picada mortal
Yo ya había oído hablar de las picadas mortales pero no sabían que eran como estas. A mi me habían dicho que eran picadas donde una de las longanizas estaba envenenada. Y que se jugaba por plata. Nadie mencionó aviones.
Entonces en el medio de un estrépito que casi me dejó sordo el avión se parte al medio.
En ese mismo instante, la mujer se sube a mis rodillas, me abraza fuertemente y desabrocha mi cinturón. Luego hace fuerza con sus pieses para separarnos de la mortal estructura.
Pienso por un momento si esa señora no es en realidad un hombre disfrazado. ¿Por qué tiene tanta fuerza? ¿Por qué está tan tranquila y no grita como las demás? ¿Por qué le brillan tanto los ojos? ¿Por qué ahora tiene tan rara la voz? ¿Y cómo sabía que me dicen Loque? Pero el susto que tengo no me deja hacerle todas estas preguntas. Además, no es el momento, soy lento no desubicado.
Miro hacia donde sospecho que está el abajo y veo a la tierra que se precipita hacia nosotros vertiginosamente. Mi visión es una mancha impresionista marrón y verde, significa que estamos lejos del cemento de la urbe. Hasta me parece sentir el olor a pasto y a tierra mojada.
Y empezamos a caer por el aire, al tiempo que una bola de fuego ruidosa nos acompaña a unos metros. Yo creía que lo del fuego era algo también típico de los choques de las películas, donde hasta las bicicletas se prenden fuego.
El calor del avión incendiándose no me deja respirar. ¡Que absurdo! Ahogarse uno vuelando.

Lo último que recuerdo es que una lengua de fuego alcanzó a lamer la ropa de la mujer como lo hacen esos perros que me afanan los helados cuando me distraigo. La tipa comenzó a arder y a deformarse y a doblarse como si fuera la quinua seca que usamos para nuestras fogaratas de invierno. Yo siempre me prendo a comer algunas hamburguesas en ellas.
Reaccioné cuando algo impactó primero con mis pieses, luego mis rodillas y por último mi cara. Había tocado suelo, el gusto amargo de una planta flotante comenzó a provocarme arcadas. Menos mal porque si no me hubiera ahogado. Estaba en una lagunita que en parte había amortiguado mi caída. Nadé a lo perrito hacia la orilla, muy despacio, porque había algo pesado que me tiraba para atrás, la cosa esa que me colgó la vieja seguramente.
En la orilla volví a desmayarme por las distintas clases de dolores que corrían carreras por todo mi cuerpo.
Luego desperté, al ratito nomás, supongo, ya que el maldito sol todavía estaba alto. Seguro que fue él el que nos partió el avión al medio. Ya me las va a pagar.
A pesar del gigantesco porrazo la moneda seguía conmigo. Intullo ¿ O es Hintuyo? No sé, el idioma ha cambiado tanto desde que hice el cole. Antes se decía perá, ahora se dice güeit, antes almacén, ahora drastor. Imtuyo les decía, que esa moneda era un perro faldero disfrazado.
Desparramados sobre el campo recién arado yacían fragmentos de metal y de plástico. Junto a mí había un extraño paraguas multicolor, creo que eso era lo que había dentro de la bolsa que me ató aquella señora. Me pregunto que habrá sido de ella.
Recogí el paraguas salvador y mi sombrero jipijapa y comencé a caminar muy despacito, mucho más despacio que lo normal, mucho más. Y hacia el sur obviamente.
Al principio me costó un poco por que tenía el cuerpo molido, los moluscos a la miseria, pero una vez que entré en calor me las aguanté bastante bien. Le di duro y parejo aumentando paulatinamente la velocidad a medida que los dolores amainaban. Mi instituición sabía donde me llevaba.
El paracaídas paraguas era el perfecto bastón que necesitaba. Gracias señora. Muchas gracias por este aparato multifunción.
Atravesé campos arados, campos sembrados, campos anegados y corrales de animales. Rodeé lagunitas y crucé arroyos. Utilicé caminos abandonados y caminé campo atraviesa también. Esquivé a todos los robots que trabajaban en el campo. Las chinchillas me pincharon todo el cuerpo. Salí airoso del ataque de un cardumen, los cardos pican más fuerte que las ortigas. Por suerte no me crucé con ninguna planta carnívora, esas son peores que el sol. Hasta te hipnotizan como las boas para comerte. Por eso hay que andar con lentes negros.
Los teros gritaban y volaban a mi alrededor, encontré algunas perdices y martinetas que levantaron vuelo a mi paso. Supongo yo que eran esos bichos, por ahí eran hurones o canguros, que sé yo.
También encontré algunos huevos en sus nidos que ingerí con voracidad. Pido perdón por asesinar sus crías señoras comadrejas, no me persigan por favor.
Metí mi pie derecho en un par de viscacheras, tuve que detenerme un rato por el dolor que me provocó la segunda metida de pata. Una esfinge seguro, por el hinchazón que me ligué. Ahí me hice amigo de unos juncos que se hamacaban en el viento y lo hacían chiflar. La canción me encantaba. Quizás la canción me curó, la rato no me sentí más esfingado y arranqué de nuevo.
Atravesé caminos en construcción en los cuales las aplanadoras llevaban más abajo a las testarudas tierras y a las obstinadas toscas.
Me embarré hasta las rodillas y transpiré como chancho jabalí en estampida; mis zapatos comenzaron a romperse. Las ampollan reventaban empujadas por ampollas más jóvenes. Supervivencia del más apto.
Seguí caminando a pesar del hambre.
Temprano a la mañana del otro día me encontré con un grupo de cazadores de dragones, decían que un monstruo gomoso y horrible con piel como corteza de árbol quemado había sido visto por la zona. Lo curioso es que no noté que me estuvieran mintiendo o burlando. ¿Había de verdad una criatura maléfica? ¿No sería ella y no el sol la que nos ataco? ¿ O fue un simple accidente nada más?
-Tenga mucho cuidado- dijo un viejito desdentado que usaba el rifle como bastón- a ver si la criatura se lo come.
-Seguro que se escapó del laboratorio Canamericano- dijo uno de ellos.
Ahí me preocupé mucho: ¿Ya estábamos cerca de Canamérica? ¿Cuantos meses tendría que caminar para llegar a la querencia?
Pero los señores me tranquilizaron diciéndome que Canamérica quedaba lejos y que estábamos en la cuenca del salado.
-¿Cómo se llama usted?- me preguntó uno de los cazadores que creían que yo era un croto más que andaba juntando tierra en los tamangos.
-Alvar Nuñez Cabeza de vaca- les contesté y sin decir más seguí mi camino.
No sé por qué tuve esa ocurrencia, al nombre ese lo inventé en el mismo instante que me hicieron la pregunta.
La otra cosa curiosa fue que esos perros malos que venían como locos haciendo un barullo de aquellos comenzaron a hacerme fiestas como si me conocieran desde siempre. Supongo que debe de haber sido por el olor a bueno que tengo, pues por el olor los perros se dan cuenta de cómo son las personas. Yo me doy cuenta por otra cosa que no sé como se llama.
Finalmente comencé a caminar por la banquina de una ruta que me llevaba directo a casa. El camino estaba lleno de ruteras. Muchas naves pararon para llevarme, pero minga que me iba a subir a unas de esas máquinas del demonio.
Tardé casi dos días en arribar pero llegué sanito a mi barrio, un poco mugriento nada más. Un poco más que lo habitual se entiende.
Jamás voy a volver a subirme a vehículo alguno.
Jamás.
Ni tampoco voy a ir a Congreso alguno.
Ni visitar científicos locos, salvo que sean como la doptora Rosa, claro.
Tampoco voy a volver a pegarle a Caíto, pobre, el no tuvo la culpa.
Pero qué quieren, estaba recaliente.
La fiesta que me hicieron fue maravillosa, no saben cuanto morfé. Que lástima que no pude invitarla a la dotora Rojas
Por suerte al laboratorio aquél lo cerraron y no me molestaron más. Lo lamento por los que se quedaron sin empleo. Pero como siguen diciendo las vecinas de por acá: “Algo no habrán hecho”

de los textos de Loque


ACUSAN AL GOBIERNO DE ENCUBRIR LOS VUELOS ILEGALES
(N.A.Nius) Nuevas denuncias del sindicato de controladores aéreos con respecto a una nueva modalidad que se puso de manifiesto al estrellarse...

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