Hiperhistorias.beta
Esbozos de una inmadurez sin corrección; una novela gráfica no ilustrada
sábado, 7 de octubre de 2023
viernes, 2 de febrero de 2018
A propósito de las Low Cost
Este relato es del año 1998-1999 como casi todo lo de Hiperhistorias.
Es uno de los que no incluí en la versión pre-alfa, y ya estaba descartado para la versión beta,
pues tiene cosas a modificar, pero principalmente, no quise hacerlo público pues hay una situación
muy similar a una que vi en la película animada "Los increíbles" (2004) . El problema que este relato es clave para entender Guaking in the rain, así que no tengo más remedio que publicarlo, quién sabe en que libro, pero alguna vez lo tendría que hacer.
En Hisperhistorias vivimos en mundos paralelos donde en algunos de ellos, se usa el Patacón, cosa que le afané al Patoruzú. El Patacón nunca fue moneda corriente en Argentina, pero si una seudomoneda, un bono de pago, de la provincia de Buenos Aires.
En "El tiempo está de mi lado (izquierdo)" también "predije" la situación de las aerolíneas Low Cost, que están desembarcando por estos lares ( nunca supe si existían en aquella época)
FlyBondi |
El primer vuelo de la FlyBondi duró 10' minutos y casi se viene abajo. O sea que son un bondi con alas ( un bus con alas)
Bueno, basta de garruladas
Nodo68: <El
tiempo está de mi lado (izquierdo).beta>
Esisten tres cosas
muy estrañas en este uniberso. A ninguna de ellas las conprendo muy
bien, por eso digo que son estrañas(*) (para explicación, vean el libro)
Aunque tal vez ustedes
tampoco las comprendan.
No es mi ignorancia
lo que las califica así. Es todo lo contrario, es mi conocimiento de
la existencia y mi relación con ellas, que obviamente no comprendo,
como ya les dije. Y por favor no me hagan repetir las cosas.
La primera tiene que
ver con unos seres mágicos que andan dando vueltas. No quiero
hablar con nadie de ellos por que si lo hago ya me imagino en que
pabellón voy a terminar.
No estarán
escuchando estas líneas desde ahí ¿No?
La segunda es el
enigmático paso del tiempo.
La otra es la
incomprensible inteligencia.
Estas rarezas
sobrevuelan mi existencia desde hace... tiempo.
Él transcurre
demasiado lento para mí, aunque yo apenas lo note y la gente sí.
Recuerdo que cuando
llegué al poblado Caíto era más chico que yo. Misteriosamente,
ahora es un poco más grande. No sé muy bien por qué tiene arrugas
y yo no.
Mi inteligencia
también es lenta, demasiado lenta. Me cuesta mucho entender las
cosas, especialmente todas las que tienen que ver con el
razonamiento.
No sé por cual de
las dos causas empezó mi periplo con los dotores. Un periplo
fastidioso y agotador que por supuesto no quiero volver a vivir.
Especialmente por la forma en que terminó todo.
Todo por culpa del
Caíto, que estudia no sé dónde y un día me llevó de paseo a un
laboratorio. Creo que ahí empezó todo, cuando conocí al primer
señor de los microscopios.
Patacón |
Hace como un año
comenzaron a hacerme un montón de exámenes. Exámenes que no
solicité ni necesitaba ni necesito.
Me pagaron por ello,
por dejarme toquetear, dormir con los ojos abiertos y contestar
millones de preguntas.
Me pagaron por que
la Tía Victoria se puso firme: Si no era por plata no había
investigación y finalmente les hizo firmar un papel para que me
garpen.
Así fue como todo
eso se convirtió en algo así como un trabajito. Uno de los mejores
pagos que tuve. Pero la plata no lo es todo. He tenido mejores
empleos, jugar con la manguera por ejemplo, o cuidar plantitas y
pasear perros salchichas y calientes.
Los señores de
blanco amigos de Caíto me decían leche larga vida. Ellos fueron los
que me metieron adentro de un montón de aparatos que miraban mi
interior, me hicieron correr, toser, gritar, vomitar y tomar mejunjes
repugnantes. Me mostraban carteles, me tapaban un ojo, luego el otro,
me mostraban otro cartel, me preguntaban cosas. Me enchufaban cables
y me volvían a dar otro mejunje. Me sacaban fotos y me tomaban
medidas de las partes más inusitadas de mi cuerpo. Mientras tanto yo
me aburría por que no podía salir a caminar.
Los médicos
encontraron dos cosas desproporcionadas en mi cuerpo, una de ellas
era el tamaño de mis pieses(*). Los médicos y las enfermeras
anotaban todas estas cosas en unas computadoras modernas que hablaban
y proyectaban dibujos. Algunos eran lindos y de colores. Esas manchas
móviles me producían cierto encantamiento que me dejaba traspuesto
por un rato. Yo les apodaba manchas hipnóticas.
A mí me daban un
poco de miedo esas máquinas. Siempre pensaba que alguna otra clase
de seres misteriosos mantenía en vida esas cosas.
Una vez me dejaron
sólo con una de ellas y yo aproveché para insultarla. Le dije cosas
obscenas, hinché por la marca contraria al tiempo que con mi pie
golpeaba el suelo.
Pero la máquina no
me contestó nada, se ve que estaba bien educada. Al rato llegó una
de las enfermeras matándose de risa, me parece que me estaban
espiando.
Y así era como
estaba todo el día con aquellos señores, que no me trataban mal
pero no me dejaban hacer lo que quería. Hasta me hacían vestir con
un poncho que parecía una sábana ¡Qué vestimenta ridícula!
Me trataron como un
enfermo terminal en definitiva, pero yo no estaba enfermo, para nada,
estaba mas sano que todos ellos.
Los sabiondos esos
se asombraban de mi estado de salud y de mi juventud. Por eso me
estudiaban, para descubrir cosas. Ahora me da risa, mirá en que
lugar buscaban.
En primer término
les conté que estaba bien de salud pues en las raras veces que me
ponía malo la visitaba a la Canuta Esperanza de la Cruz. Todavía
hoy me cura gratis por que con ella siempre intercambiamos favores.
La pobre está un poco ciega, entonces yo le hago algunos mandados en
el centro. El de acá, al otro, al que está al lado del puerto no
voy ni mamao.
Pero los sabiondos
esos no creían ni creen en los poderes curativos de la Canuta. La
vieja Tía Victoria sí cree, pero su marido y Caíto no. Una
lástima, por que si no quizás hubieran llevado a Nando, el hermano
de Caíto, a lo de Canuta en lugar de tenerlo en ese hospital
mugriento lleno de tipos más pirados que yo.
Aunque yo no soy
ningún pirado, es una forma decir, soy un distraído nada más, un
grandulón distraído, más precisamente. Aveloriado como dicen en la
provincia de Cuyo. De cuyo nombre no me acuerdo pero queda por ahí
cerca.
En el hospital ese
que nadie sabe que significa su nombre nunca curan a nadie, ni
siquiera a garrotazos; yo no sé por que no lo cierran.
En una oportunidad
me empezó a estudiar una médica joven y bonita y como a mí me
gustó nos hicimos un poco amigos. Con ella me animé y le conté que
yo era un pibe normal pero que un día me picó una serpiente y que a
partir de ahí todo cambió para mí.
En realidad no sé
si la serpiente me picó o no, pero lo que seguramente me hizo mal
fue el sol. Pero de la pelea que tuve con esa planta que vuela tan
alto hoy no tengo ganas de hablar. Creo que fue un complot que me
armaron la serpeloma y el sol, todavía tengo un poco de miedo por
aquello. Y dudo que la serpeloma sea la misma bestia que se
transforma.
La dotora bonita se
llamaba Blanca y era rubia, cosa que por acá no se ve muy seguido.
Con ella me divertía mucho pues no tenía ningún problema en
acompañarme a jugar a la bolita, a la payana o al baloncesto.
Lástima que no le copaba ni el RingRaje ni el poliladron. La chabona
tenía una risa contagiosa que me encantaba. Estaba todo el tiempo
riéndose de las pavadas que inventábamos, incluso de las trampas
que nos hacíamos en nuestros juegos. Cuando jugábamos al ajedrez me
derribaba los soldaditos con una bolita de acero en lugar de utilizar
una de vidrio como dice el reglamento. Yo era un experto en el
ajedrez, ni se imaginan la cantidad de batallas que tenía ganadas.
Hasta que la docta me batió el record.
Una vez le propuse
jugar a quién llega más lejos con el chorrito y la dotora se enojó
mucho y estuvo como un día sin hablarme. No sé por qué, si con los
pibes del barrio jugábamos a eso y nadie se enojaba. Pero si nadie
entiende a las mujeres menos lo voy a hacer yo. Además, yo sé muy
bien cómo a las chicas les gusta jugar con la trompita del elefante,
sobre todo cuando se desarruga.
Al tiempo el enojo
se le pasó y nos amigamos nuevamente.
De entre todos los
despelotes que se armaron en torno a mí, la situación más
embarazosa se produjo cuando tuvieron que analizar mi semen. La
dotora no sabía cómo encarar la situación, justo a ella le vino a
tocar eso.
Por suerte yo
adiviné de que se trataba todo y le dije que no había problema, que
sabía muy bien como había que hacer para llenar el frasquito y que
no necesitaba ninguna revista ni película ni nada de eso. Pero lo
que más le llamó la atención a todo el grupo de médicos fue mi
elocuencia en cuanto a lo inútil del examen. Yo seré medio medio
pero cuando digo algo por algo lo digo. Yo nunca miento. Bueno, casi
nunca...
Hubo una gran
confusión en el grupo, incluso discutieron y se pelearon mucho. Todo
se estaba por ir al diablo y yo me iba a quedar sin mi platita.
No los culpo, cuando
les demostré mis cabales conocimientos con respecto a los mecanismos
de reproducción el equipo quedó anonadado. Entonces comenzaron a
conjeturar de que yo era un tipo muy listo, y que les estaba tomando
el pelo. Que me hacía el tonto para ocultar mi secreto de la larga
vida.
Debido al batifondo
que estaba armando decidí no confesarles una cosa que sí era un
secreto. Pero una vez no pude más y se lo conté a la médica por
que a ella la quería cada vez más: al principio no me creyó cuando
le conté que puedo ser fértil o no, según mi voluntad.
No sé muy bien como
es que puedo hacer esto. Traten ustedes de comprender como hacen para
mover una mano o respirar. Esta es una de las cosas que sé pero que
no sé por qué las sé. Como por ejemplo la existencia de los seres
mágicos. Por eso digo que la inteligencia es enigmática. ¡Es una
loca esa!
Las cosas se
aquietaron gracias a que me quedé callado, muzarela como dicen por
acá. Menos mal que me avivé, si les llegaba contar que la cicatriz
que tengo en el pecho se nota cada día vez más se iba a armar
nuevamente el tole tole, y yo estaba empezando a querer rajarme de
ahí.
Parece que el
tiempo, ese misterio otra vez, corriera para atrás sobre esa
cicatriz, tengo miedo de que alguna vez se transforme en una herida.
Por suerte me avivé, como les decía, y cuando me preguntaron sobre
ella les dije que me la hice cuando me caí de la bici. Les mentí
sólo un poquito.
La dotora volvió a
enojarse mucho cuando ese mismo día le conté que con Caíto
solíamos ir a esas casas donde las chicas (y a veces las viejas) te
atienden tan bien. Pero lástima que te cobren.
Creo que Blanca se
puso así por que estaba un poco celosa, ya que ella tenía una
imagen diferente de mí. Eso se los aseguro por que cuando la gente
me mira me doy cuenta muy bien de lo que les pasa conmigo.
Yo no entiendo
demasiado bien los pensamientos de la gente pero comprendo
perfectamente sus estados emotivos.
Los eruditos esos
decían que tenía que ver con la intución, la institución o algún
otro sionismo parecido.
Los sentimientos de
las personas suelen llegarme directamente a la cabeza.
Este es otro mis
secretos, y gracias a Dios los sentimientos son cosas que se
entienden sin necesidad de pensar mucho. Al menos para mí, para el
resto de la gente parece ser al revés.
Una noche Blanca
llegó llorando a mi casa, estaba muy nerviosa y alterada. Tanto que
cualquier persona podría haberse dado cuenta, no solamente yo.
Me contó de no se
cosa extraña que querían hacerme en la cabeza y que me podía
lastimar. Ahí me di cuenta de que la dotora sentía mucho cariño
para conmigo, no sé si tanto como el que yo le deparaba o depravaba.
En determinado
momento ella me abrazó, y cuando se descuidó un poquito le estampé
un piquito en la boca que ninguno de los dos iba a olvidar jamás.
Esa es una cosa que sé muy bien como las aprendí. Son las cosas que
me enseñaron las amigas de Caíto, las chicas y las viejas, que son
las que saben mucho más.
Después de mojarle
los labios nos reímos un poquito. Blanca me dijo que yo era un
pícaro, que esas cosas no se hacían. Pero nuestro abrazo se
apretujaba cada vez más, él solito.
Entonces fue ella la
que comenzó a besarme por todas partes.
Durante un tiempo
anduve muy contento por que no tuve necesidad de comprar el amor
hecho.
En cuanto a lo que
querían hacerme en la cabeza, al final no pasó nada por que
hablamos con Caíto de nuestro problema. Él habló con otro amigo
que siempre anda de traje y que a veces también iba a la casa de la
lucecita roja (pero sin el traje). Él empezó a escribirles cartas a
los señores de blanco. No sé muy bien si se hicieron amigos o no.
Y gracias a los
mensajes del cartero no me hicieron nada en el marote.
Pero con la que se
pelearon fue con Blanquita, ya que cuando descubrieron como me
trataba la separaron del equipo. Nunca entendí por qué lo hicieron,
los sabiondos esos son muy caprichosos, tienen más vueltas que la
calesita del cabezón Pérez.
De todas formas a
ella no le importó demasiado y seguimos siendo amigos, en el sentido
vertical y horizontal.
Yo la quería mucho
y ella también me quería mucho.
Nuestra relación le
ocasionaba muchos problemas en todos los lugares que trabajaba. Todo
el tiempo la acusaban de inmoralidades, perversiones y cosas
similares que aún hoy no entiendo. Lástima que por todos esos
despelotes cada vez le pagaban menos.
El último trabajo
que tuvo fue de mesera en el restorán que se fundió, en el mismo
lugar y donde ahora está el bar del Gallego Pedro Alvarez Galván.
Como el que había antes del restorán pero atendido por otro
gallego.
Una vez vino a la
ciudad un dotor de un país que queda lejos. Se hicieron muy amigos y
un día el dotor se volvió a su país y ella se fue con él. La
extrañe un poco pero con el tiempo me olvidé de ella, apenas si
recuerdo que se llamaba Celeste.
La cuestión es que
los estudios esos terminaron de una vez y ahora me estoy yendo a otra
ciudad donde me van a poner en una vidriera y van a hablar de mí. El
papastro de Caíto no quería que fuera pues era innecesario. “Con
los papeles basta” decía. Pero aquí estoy vuelando a no sé
cuantos metros de altura. Según mi amiga la doctora, lo único
extraño que encontraron en mí era que todavía no había parado de
crecer. Algo muy extraño porque yo ya debería de estar pegando la
vuelta, como Caíto.
Alguien debería
haberme acompañado, pero resulta que el papastro de Caíto se
descompuso. Y todos los demás que podrían haber venido no tenían
picaporte. El picaporte es un coso para abrir las puertas de los
otros países; me contaron que sin el picaporte no podés entrar,
hay uno para cada persona, no quise preguntar por las puertas.
Así que me metieron
dentro de este avión que se sacude demasiado para mi gusto. Y eso
que yo he andado con mis viejos en unos carros que se zarandeaban que
daba miedo. “Yeváme en la cajita” le decía a mi viejo
refiriéndome al acoplado del tractor.
Me acuerdo que ese
tractor estaba tan destartalado como este vuelador de pasajeros,
pero, sin embargo, no metía tanto barullo como este socotroco aéreo.
Lo qué pasa es que la universidad tiene cada vez menos presupuesto.
Incluso al supuesto de este año se lo gastaron todo, por eso me
mandaron con esta compañía que ni siquiera anota los nombres de los
que viajan. Por eso también la momia estaba tan enojado.
El viaje es
insoportable, cuando me baje me voy a quejar al dueño, el señor
Ipólito Legal.
Ahora me llevan a
una cosa que se llama Congreso pero que no es el lugar ese que se
llena de ladrones que levantan la mano para decidir en que forma nos
van a robar. Estos congresos se hacen para, entre otras cosas, hacer
que los dotores se encuentren con dotoras que no son sus esposas.
Supongo que después juegan al dotor, como hacíamos Caíto y yo con
sus primas.
Esta es una reunión
que va a durar como una semana y que después no se volverá a hacer
hasta el año que viene.
Algunos de los
sabiondos esos que me estudiaron me van a esperar en esa ciudad de
nombre raro. Aunque ahora todos los nombres son raros, incluso los de
los bebés que nacen en el arrabal. Ya nadie se llama Pablo, Daniel o
Diego. Signo de los tiempos le dicen, pero yo no sé muy bien que
significa.
Apenas remontamos
vuelo en este barrilete de metal que ya tengo ganas de volverme para
caminar por las veredas de mi vecindario. ¡Cómo lo voy a extrañar!
Espero que en este Congreso me dejen caminar un rato. Por que a mí
me encanta caminar, puedo caminar días enteros sin cansarme ni
perderme.
Ese es otro de mis
secretos, Victoria dice que en mi alma yace un pedazo de paloma
mensajera. Como aquella que se comió la serpiente esa que me asustó
tanto cuando era chico.
A pesar de que las
azafatas son tan lindas como mi amiga la dotora Violeta, este viaje
no me está gustando nada. No sólo por las sacudidas del aeroplano,
sino por que la vieja que se me sentó al lado tiene un perfume
horripilante que me hace doler la cabeza. Para colmo insiste en que
le dé charla.
Un poco voy a
hablar, sí, siempre y cuando me siga convidando caramelos. Tienen un
licorito adentro que se te sube a la cabeza y te deja re puesto.
Inicialmente la
señora estaba sentada mucho más adelante. Pero resulta que a mí se
me ocurre sacar una moneda que me regaló mi papa para ver de qué
color brillaba. No me sirve para comprar cosas pero tiene una imagen
que parece estar adentro del disco y que es relinda, por eso la llevo
a todos lados.
Entonces la monedita
saltó de mi mano y empezó a rodar como loca hacia adelante mientras
yo la corría en cuatro patas por el pasillo.
-¡Shta! ¡Shta!- le
decía a mi moneda al tiempo que le erraba ruidosos manotazos que se
ahogaban en ese pastito que hay en los pasillos. Pero no había caso,
no podía frenarla. Finalmente la maldita siguió rodando hasta que
fue a parar a los pieses de la señora.
Entonces ella se
agachó, tomó mi moneda y la alzó. A mí me dio una bronca bárbara
por que pensé que me la quería fanar. Pero la señora sólo miró
el dibujito de mi amuleto y luego me miró a los ojos.
- Ajá- dijo
mientras me devolvía mi moneda que brillaba como nunca.
Cuando me siento en
mi butaca la señora había venido detrás de mí y sin preguntar se
apropincuó en el lugar que le correspondía a mi acompañante.
La vieja era
bastante hinchacocos, se quejaba todo el tiempo, a cada rato quería
hablar con el comesario de a bordo. Yo le dije que si el comesario
era como el que yo conocía no valía la pena. Encima que encapaz que
te fajaba por protestar.
No me acuerdo de
todas las cosas que hablamos, apenas recuerdo que la vieja iba a
visitar a unos parientes que eran descendientes de unos indios
precolombinos. Me prometió llevarme a conocerlos si quería, ya que
ellos hacían unos caramelos que eran mucho más fuertes que los que
tenía ella.
Yo le conté que iba
a un Congreso por que los doptores habían encontrado que una de las
pelotitas que tenemos adentro de la cabeza era un poquito más grande
que lo normal.
Me parece que por
eso me querían abrir el melón. Para robarme la pelotita esa que me
parece que por el nombre raro que tiene sirve para provocar el hipo.
Yo no sé que tendrá que ver, si el hipo te agarra en la panza y no
en la cabeza. Pero viste cómo es el cuerpo, dicen que por adentro
tenemos unos cañitos que te conectan una parte con la otra. Por eso
a los payasos se les levanta una pierna cuando le bajan un brazo y
cosas así...
El avión sigue
sacudiéndose. Son los pozos de aire, dice una de las azafatas. No sé
por qué cuernos no vienen los de la municipalidad y los tapan a
todos y se dejan de embromar. Se ve que en todos lados los
intendentes son iguales al de Cacurá.
La cosa es que aquí
estamos, intercambiando caramelos borrachos y palabras sacudidas.
Hasta que una de las
ventanitas que estaba un poco lejos de mi asiento revienta. El
estallido hace que el avión se llene de julepes y me duelan los
oídos.
Algunas cosas
empiezan a escaparse por el buraco. Por suerte también se escapan
los gritos de las mujeres, que parece que es lo único que saben
hacer cuando pasa algo embromado. ¿Vieron que insoportables que son
esas pelis donde las mujeres y los chicos gritan todo el tiempo? A mí
me crispan los nervios, por eso nunca miro esa clase de películas
donde los gritos y la música te molesta todo el tiempo. Imagínense
como estaba en ese momento, escuchando esos gritos femeninos de
verdad. Yo creía que las mujeres se portaban así solamente en las
películas. Por ahí están copiando ese comportamiento, quilosá.
Por suerte la vieja
que tengo al lado no se asusta para nada y sin que me diera cuenta me
abrochó el cinturón de seguridad. Eso evita que el aujero me chupe
como a un señor gordo que estaba por allá atrás. El gordo se
atasca y gracias a él el aujero no nos chupa a todos. Y eso que
chupaba, más que la Tía Victoria incluso.
El avión inclina
su hocico hacia delante y comienza a descender. Afortunadamente el
viaje está resultando mucho más corto de lo que yo quería. Pero me
pregunto como va a hacer el jinete para acostar el avión en el medio
del campo. Aunque es probable que ni jinete tenga, dicen que ahora
los manejan desde lejos ¿Los llevarán de tiro con un alambre?
La señora me toma
fuertemente las manos y me mira firmemente a los ojos.
- Quedáte piolín
piolín y hacéme caso en todo lo que te diga- me dice.
Ahí me di cuenta
que la señora no era una señora de esas de la zona del puerto como
aparentaba ser, sino que era una señora de un vecindario como el
mío. Las señoras del centro no hablan tan bien como nosotros,
aquellas hablan todo el tiempo en difícil y ponen eses por todo
lado.
Entonces me cuelga
una bolsa al hombro y me la ajusta por mi pecho.
-Cuando yo te diga
desabrochá el cinturón de seguridad.
Algo le estaba
pasando a la señora por que la note como arrugada, como si fuera una
persona más pequeña que la que había cuando reventó el plástico
ese.
- El avión está
cayendo en picada- dijo- una picada mortal
Yo ya había oído
hablar de las picadas mortales pero no sabían que eran como estas. A
mi me habían dicho que eran picadas donde una de las longanizas
estaba envenenada. Y que se jugaba por plata. Nadie mencionó
aviones.
Entonces en el medio
de un estrépito que casi me dejó sordo el avión se parte al medio.
En ese mismo
instante, la mujer se sube a mis rodillas, me abraza fuertemente y
desabrocha mi cinturón. Luego hace fuerza con sus pieses para
separarnos de la mortal estructura.
Pienso por un
momento si esa señora no es en realidad un hombre disfrazado. ¿Por
qué tiene tanta fuerza? ¿Por qué está tan tranquila y no grita
como las demás? ¿Por qué le brillan tanto los ojos? ¿Por qué
ahora tiene tan rara la voz? ¿Y cómo sabía que me dicen Loque?
Pero el susto que tengo no me deja hacerle todas estas preguntas.
Además, no es el momento, soy lento no desubicado.
Miro hacia donde
sospecho que está el abajo y veo a la tierra que se precipita hacia
nosotros vertiginosamente. Mi visión es una mancha impresionista
marrón y verde, significa que estamos lejos del cemento de la urbe.
Hasta me parece sentir el olor a pasto y a tierra mojada.
Y empezamos a caer
por el aire, al tiempo que una bola de fuego ruidosa nos acompaña a
unos metros. Yo creía que lo del fuego era algo también típico de
los choques de las películas, donde hasta las bicicletas se prenden
fuego.
El calor del avión
incendiándose no me deja respirar. ¡Que absurdo! Ahogarse uno
vuelando.
Lo último que
recuerdo es que una lengua de fuego alcanzó a lamer la ropa de la
mujer como lo hacen esos perros que me afanan los helados cuando me
distraigo. La tipa comenzó a arder y a deformarse y a doblarse como
si fuera la quinua seca que usamos para nuestras fogaratas de
invierno. Yo siempre me prendo a comer algunas hamburguesas en ellas.
Reaccioné cuando
algo impactó primero con mis pieses, luego mis rodillas y por último
mi cara. Había tocado suelo, el gusto amargo de una planta flotante
comenzó a provocarme arcadas. Menos mal porque si no me hubiera
ahogado. Estaba en una lagunita que en parte había amortiguado mi
caída. Nadé a lo perrito hacia la orilla, muy despacio, porque
había algo pesado que me tiraba para atrás, la cosa esa que me
colgó la vieja seguramente.
En la orilla volví
a desmayarme por las distintas clases de dolores que corrían
carreras por todo mi cuerpo.
Luego desperté, al
ratito nomás, supongo, ya que el maldito sol todavía estaba alto.
Seguro que fue él el que nos partió el avión al medio. Ya me las
va a pagar.
A pesar del
gigantesco porrazo la moneda seguía conmigo. Intullo ¿ O es
Hintuyo? No sé, el idioma ha cambiado tanto desde que hice el cole.
Antes se decía perá, ahora se dice güeit, antes almacén, ahora
drastor. Imtuyo les decía, que esa moneda era un perro faldero
disfrazado.
Desparramados sobre
el campo recién arado yacían fragmentos de metal y de plástico.
Junto a mí había un extraño paraguas multicolor, creo que eso era
lo que había dentro de la bolsa que me ató aquella señora. Me
pregunto que habrá sido de ella.
Recogí el paraguas
salvador y mi sombrero jipijapa y comencé a caminar muy despacito,
mucho más despacio que lo normal, mucho más. Y hacia el sur
obviamente.
Al principio me
costó un poco por que tenía el cuerpo molido, los moluscos a la
miseria, pero una vez que entré en calor me las aguanté bastante
bien. Le di duro y parejo aumentando paulatinamente la velocidad a
medida que los dolores amainaban. Mi instituición sabía donde me
llevaba.
El paracaídas
paraguas era el perfecto bastón que necesitaba. Gracias señora.
Muchas gracias por este aparato multifunción.
Atravesé campos
arados, campos sembrados, campos anegados y corrales de animales.
Rodeé lagunitas y crucé arroyos. Utilicé caminos abandonados y
caminé campo atraviesa también. Esquivé a todos los robots que
trabajaban en el campo. Las chinchillas me pincharon todo el cuerpo.
Salí airoso del ataque de un cardumen, los cardos pican más fuerte
que las ortigas. Por suerte no me crucé con ninguna planta
carnívora, esas son peores que el sol. Hasta te hipnotizan como las
boas para comerte. Por eso hay que andar con lentes negros.
Los teros gritaban y
volaban a mi alrededor, encontré algunas perdices y martinetas que
levantaron vuelo a mi paso. Supongo yo que eran esos bichos, por ahí
eran hurones o canguros, que sé yo.
También encontré
algunos huevos en sus nidos que ingerí con voracidad. Pido perdón
por asesinar sus crías señoras comadrejas, no me persigan por
favor.
Metí mi pie derecho
en un par de viscacheras, tuve que detenerme un rato por el dolor que
me provocó la segunda metida de pata. Una esfinge seguro, por el
hinchazón que me ligué. Ahí me hice amigo de unos juncos que se
hamacaban en el viento y lo hacían chiflar. La canción me
encantaba. Quizás la canción me curó, la rato no me sentí más
esfingado y arranqué de nuevo.
Atravesé caminos en
construcción en los cuales las aplanadoras llevaban más abajo a las
testarudas tierras y a las obstinadas toscas.
Me embarré hasta
las rodillas y transpiré como chancho jabalí en estampida; mis
zapatos comenzaron a romperse. Las ampollan reventaban empujadas por
ampollas más jóvenes. Supervivencia del más apto.
Seguí caminando a
pesar del hambre.
Temprano a la mañana
del otro día me encontré con un grupo de cazadores de dragones,
decían que un monstruo gomoso y horrible con piel como corteza de
árbol quemado había sido visto por la zona. Lo curioso es que no
noté que me estuvieran mintiendo o burlando. ¿Había de verdad una
criatura maléfica? ¿No sería ella y no el sol la que nos ataco? ¿
O fue un simple accidente nada más?
-Tenga mucho
cuidado- dijo un viejito desdentado que usaba el rifle como bastón-
a ver si la criatura se lo come.
-Seguro que se
escapó del laboratorio Canamericano- dijo uno de ellos.
Ahí me preocupé
mucho: ¿Ya estábamos cerca de Canamérica? ¿Cuantos meses tendría
que caminar para llegar a la querencia?
Pero los señores me
tranquilizaron diciéndome que Canamérica quedaba lejos y que
estábamos en la cuenca del salado.
-¿Cómo se llama
usted?- me preguntó uno de los cazadores que creían que yo era un
croto más que andaba juntando tierra en los tamangos.
-Alvar Nuñez Cabeza
de vaca- les contesté y sin decir más seguí mi camino.
No sé por qué tuve
esa ocurrencia, al nombre ese lo inventé en el mismo instante que me
hicieron la pregunta.
La otra cosa curiosa
fue que esos perros malos que venían como locos haciendo un barullo
de aquellos comenzaron a hacerme fiestas como si me conocieran desde
siempre. Supongo que debe de haber sido por el olor a bueno que
tengo, pues por el olor los perros se dan cuenta de cómo son las
personas. Yo me doy cuenta por otra cosa que no sé como se llama.
Finalmente comencé
a caminar por la banquina de una ruta que me llevaba directo a casa.
El camino estaba lleno de ruteras. Muchas naves pararon para
llevarme, pero minga que me iba a subir a unas de esas máquinas del
demonio.
Tardé casi dos días
en arribar pero llegué sanito a mi barrio, un poco mugriento nada
más. Un poco más que lo habitual se entiende.
Jamás voy a volver
a subirme a vehículo alguno.
Jamás.
Ni tampoco voy a ir
a Congreso alguno.
Ni visitar
científicos locos, salvo que sean como la doptora Rosa, claro.
Tampoco voy a volver
a pegarle a Caíto, pobre, el no tuvo la culpa.
Pero qué quieren,
estaba recaliente.
La fiesta que me
hicieron fue maravillosa, no saben cuanto morfé. Que lástima que no
pude invitarla a la dotora Rojas
Por suerte al
laboratorio aquél lo cerraron y no me molestaron más. Lo lamento
por los que se quedaron sin empleo. Pero como siguen diciendo las
vecinas de por acá: “Algo no habrán hecho”
de los textos de
Loque
ACUSAN AL GOBIERNO
DE ENCUBRIR LOS VUELOS ILEGALES
(N.A.Nius) Nuevas
denuncias del sindicato de controladores aéreos con respecto a una
nueva modalidad que se puso de manifiesto al estrellarse...
domingo, 6 de noviembre de 2016
Ganador de concurso de Microrrelatos
Patricio Peralta R, Ganador de concurso de Microrrelatos de la revista Guka, 2016
El diploma ( el "." está demás) |
El relato se titula Jonbar Mundis.
En el listado de la revista, pusieron Jonbar Mudis (lo puse mal yo en el subject del correo)
Con el escritor Luis Mey, entegando premios |
También pusieron Patricio Peralta Ramos, en el acerca de, explico sobre eso
Con Alicia Digón, directora de la revista |
viernes, 21 de octubre de 2016
Borges, el sarcástico
Lo oral y lo escrito
El Borges oral es tartamudo, imperfecto. En cambio, el Borges escrito es muy palabrero.
La Soledad
La tarea del escritor es solitaria. Pero me di cuenta que fui leído. Entonces uno se hace de amigos invisibles. Y uno se da cuenta que lo quieren a uno. Son amigos míos, a pesar de haber leído mis libros.
La peleas
Uno por cortesía tendría que tratar de no tener razón en las discusiones.
La muerte
Estoy cansado de vivir. Querría que los astros me pararan. Pero antes quiero concluir varias cosas. Sobre todo, me gustaría conocer físicamente la China y la India.
Clases sociales
La clase media es la mejor. Es tan deplorable que en un país haya millonarios como que haya mendigos.
Lecturas
Prefiero las obras ajenas a las propias. Publicamos para no pasarnos la vida leyendo borradores.
La felicidad
Mi madre siempre estuvo preocupada por mi felicidad. Yo nunca fui feliz, siempre fingí serlo. Por eso pensé que la había defraudado.
Existencialismo
Fui traducido al japonés, al finlandés, al islandés. Yo no sé qué explicación tiene. Si es que hay alguna explicación en el mundo.
domingo, 19 de octubre de 2014
Nodo19 : imitaciones
Hisperhistorias pre-alfa, disponible en http://www.amazon.com/dp/B0113TBBRW
Esto se publico dos veces en el diario la razón.
nodo19: <Imitaciones.beta>
El aceite negro sobre el cemento de los andenes proyectaba mapas desconocidos con veteados de colores brillantes sobre los ojos de los transeúntes. El aceite también manchaba durmientes, piedras y rieles. El olor resbaloso intentaba imponerse al del óxido de los techos de chapas y al del orín que se
Locomotora Baldwin |
El baño siempre ganaba.
Los rayos del mediodía lo habían empujado hasta la estación. Una parada más de las miles que había realizado en su derrotera vida.
Se sentó en el segundo asiento del último vagón. Estaba de espaldas a la máquina, junto al pasillo, frente a una mujer grande con perfume de tía y un solero a lunares pasado de moda.
Recordó los tiempos de los hombres que se desplazaban a caballo.
Las espadas, las lanzas, las falanges.
La ballesta.
La invención del estribo.
El olor peludo de su caballo, cuando a caballo buscaba, sin boletos ni guardas molestos por los inspectores molestos por los supervisores molestos por sus gordas mujeres molestas.
El olor viajero de su jinete, cuando el jinete conquistaba.
Las formas de vida bestiales le eran distantes ahora, cuando el hombre había pisoteado casi todos los rincones del planeta
El aglutinado crescendo de pasos anunciaba que se estaba haciendo un poco tarde. Los silbatos nerviosos resoplaban.
Ella subió corriendo; era disimuladamente pecosa y sus ojos eran de un dulce color miel.
Ocupó el primer asiento, también del lado del pasillo, pero de la hilera de enfrente. Traía un bolso grande y de él saco unas carpetas, unos libros y un montón de papeles arrugados en las puntas de tanto entrar y salir del bolso.
El tren empezaba la marcha, ruidoso y temblequeante.
Él tenía un Borges en la mano; sus ojos iban y venían al libro.
Ella revolvió sus cosas; más gente pasaba presurosa por el pasillo, interrumpiendo a instantes su visión.
OjosMiel sacó una carterita y una moneda impertinente se escapó y rodó hasta al medio del pasillo. Él no dudó un instante en soltar el Aleph.
Nunca lo había hecho en presencia de extraños, pero estaba excitado por la belleza de la chica. Solía sucederle cuando era humano por mucho tiempo, demasiado humano.
No se atrevió a escuchar su mente y por ello se arrepentiría el resto de sus días.
Los extremos de sus dedos se transformaron en un silbato.
Saltó hacia el pasillo, al tiempo que su ropa se transformaba en uniforme. Su cabellera en un gorro con desconocidas y antiquísimas insignias doradas.
La marcha de la gente se detenía al sonido del silbato. Recogió la moneda, la ocultó un momento con el dorso de su mano. Luego se acercó a ojosMiel y extendió sus dedos. En su palma había dos monedas; una de ellas con su rostro.
Ella dibujó una sonrisa con sus labios que borroneó al instante. No dijo gracias, guardó las monedas en su carterita y extrajo de ella un pañuelito. Luego bajó la vista hacia su bolso y continuó sacando y guardando cosas; meta y ponga.
Él se sentó y no se animó a hablarle en el corto viaje, tampoco quiso abusar de sus facultades extrayendo respuestas sin pregeuntas de su mente. Cuando bajó en Sobremonte, enojado como hombre, ella tenía un papel en la mano. Y con su cabeza gacha, casi adentro del gigantesco bolso, seguía buscando algo. Él no supo que era muda y que buscaba su mordido lápiz de poca punta. Lo encontró llegando a la estación La Desdicha.
Él siguió buscando en las estaciones infinitas, esforzándose desconsoladamente por oír aquella voz imposible.
Imita su cuerpo, pero no puede con sus ojos.
Han pasado muchos trenes y seguirán pasando.
Así:
KtrenKtren.
El último de los Duclú, suceso contado por el imitador de OjosMiel
SIN NOTICIAS RELEVANTES (POR EL MOMENTO)
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miércoles, 17 de septiembre de 2014
Nodo80:
Una muestra, Hisperhistorias pre-alfa, preventa disponible en Amazon
Nodo80: <Paseo en tractor.beta>
Anda solo sin cigüeña
con la luna en el cajón
Las noches camperas no son tan quietas como los porteños piensan. Aún lejos de los caminos, los ruidos de los motores rompen la parsimonia de la llanura. Las revoluciones mecánicas contaminan la atmósfera con energías entrópicamente desechadas.
Y contaminan mucho más si esas revoluciones son vueltas de los motores de combustión.
La noche cálida y las estrellas claras acompañaban al hombre que realizaba su tarea sentado en una vieja máquina: un noble tractor despintado que había sido fabricado en la época de los objetos perdurables; Sin una pizca del confort habitual de las máquinas modernas y sin ninguna computadora, salvo la del receptor.
Continúa en el eBook "Hiperistorias.pre-alfa", pídala a su farmacéutico amigo.
La Estatua
OTRA CAÍDA DE LA INDUSTRIA DE HUEVOS SIN COLESTEROL
(NAN)Quizás se deba a su sabor amargo, pero los rioplatenses se resisten a consumir los huevos artificiales. La nueva generación de ovoides saborizados despertó intereses mínimos en..
CANAMÉRICA:ÉXITO TOTAL DE LA ÓPERA “SINGIN IN MAHUÉN”
(IPT) Brodway La ópera prima del compositor mapuche...
Hisperhistorias pre-alfa, preventa disponible en Amazon
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Anda solo sin cigüeña
con la luna en el cajón
Las noches camperas no son tan quietas como los porteños piensan. Aún lejos de los caminos, los ruidos de los motores rompen la parsimonia de la llanura. Las revoluciones mecánicas contaminan la atmósfera con energías entrópicamente desechadas.
Y contaminan mucho más si esas revoluciones son vueltas de los motores de combustión.
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jueves, 8 de mayo de 2014
La tarea
Un esbozo, Hisperhistorias pre-alfa, preventa disponible en Amazon
Unos
viejos papeles de diarios dormían sobre el polvoriento piso de
cemento. Ráfagas de colados vientos los alzaban y cambiaban de
lugar. Las noticias parecían despertar en el aire para luego
continuar con su siesta letrada sobre el agrisado suelo.
La tarea
No creas que estoy loco
Yo no escucho voces
Las veo
Por algo soy pintor
Taburete |
Un gastado banco de
herramientas sostenía clavos estáticos. Oscuras espigas con pintas
naranjas que alguna vez abrazaron y sostuvieron instrumentos
oxidados. El quemado calentador de alcohol apoyaba una de sus patas
sobre una reciente prueba de pintura. El banco engordaba día a día
con su dieta de colores y polvo y adelgazaba con las rasqueteadas
ásperas.
El parlantito de la
radio se saturaba con la millonésima emisión de la cumparsita.
Vimos
la sombra deformada del viejo dar la última pincelada y sonreír.
Patricio Peralta R
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